viernes, 28 de septiembre de 2012

Carta de Delmira Agustini a Manuel Ugarte


Su carta me ha hecho casi más mal que su silencio. Yo creía que V. me interpretaba mejor. Estoy cierta de no haberle dicho en mi arabesco literario una sola cosa que no fuera verdad, y que no fuera, eso sí, más pálida que la verdad.
Y lo más raro del caso es que protesto de sus palabras y en el fondo tal vez le doy la razón. Es cierto, yo no he sido absolutamente sincera con V. Pero piense V. que hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo artístico era casi necesario… Piense V. que yo debo adivinar y decir.
Piense V. que todo lo que yo le he dicho y le digo se podría condensar en dos palabras. En dos palabras que pueden ser las más dulces, las más simples, o las más difíciles y dolorosas… Piense V. que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle al otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que V. hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos sus gestos de aquella noche… La única mirada conciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para V. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que V. me miraba y me comprendía.
Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato… Y después, sufrir, sufrir hasta que me despedí de V. Y después sufrir más, sufrir lo indecible…
V. sin saberlo sacudió mi vida. Yo pude decirle que todo esto era en mí nuevo, terrible y delicioso. Yo no esperaba nada, yo no podía esperar nada que no fuera amargo de este sentimiento, y la voluptuosidad más fuerte de mi vida ha sido hundirme en él. Yo sabía que V. venía para irse dejándome la tristeza del recuerdo y nada más.
Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser a todas las realidades en que V. no vibre. Yo debí decirle todo eso, y más, para ser absolutamente sincera. Pero, entre otras cosas, he tenido miedo de descubrirme muy en el fondo, una de esas pobres almas débiles enteramente rendidas al amor. Imagine V. esa miseria frente a su sonrisa un poquito irónica de poderoso… Y yo, que he sabido sonreír tan irónicamente como V.…
Ya está dicho. Si después de todo esto vuelve V. a acusarme de engañadora y sutil, yo lo acusaré simplemente de mal intérprete sentimental. Nunca le acusaría de nada peor. Ni esperaría a que la brisa de primavera me trajera perfumes de allá para escribirle sin saber por qué. 
Y conste que me siento íntimamente herida.
Delmira



1 comentario:

  1. Después de leer la biografia de Manuel Ugarte no se me hace para nada dificil saber porqué Delmira lo amaba tanto y lo incomprensible fue, que se casara con un mediocre como Reyes.

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