miércoles, 3 de octubre de 2012

Onetti e Idea






Una tarde de los años 50, en un café del centro de Montevideo, se conocieron. Ya antes se habían leído, el resto iba a llegar por sí solo. Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré, confiesa la Vilariño en una de las pocas entrevistas a las que accedió.
A este primer encuentro siguió un periodo de largas cartas en las que se trataban —todavía— de usted y en las que se gestó lo inevitable.
Fueron amantes durante muchísimo tiempo: una tormentosa relación, de continuas rupturas y pasionales reencuentros. Así como podían estar semanas, meses sin saber el uno del otro; podían pasar etapas de encierro en las que el deseo abarcaba días y noches capaces de borrar el resto. Se mandaban al diablo y el mismo diablo los juntaba.
Aún así, la ruptura final los pilló desprevenidos. Años más tarde, en 1961, uno de los días que estaban juntos, Idea —que entonces era profesora—, fue llamada a una asamblea de urgencia a causa del asesinato del profesor Arbelio Ramírez. "Si vas no me encuentras a tu regreso”, sentenció el escritor. Ella, sin tomar en serio la amenaza, fue a la reunión de la que escapó lo antes que pudo: un terrible presentimiento, tal vez. Cuando llegó a casa, la encontró vacía, una nota donde Onetti la insultaba y el suelo lleno de papeles arrugados, eran unos poemas de amor que ella le había dado.
Se volvieron a ver una vez más. En 1974, el diario Marcha fue clausurado a causa de la publicación del cuento ganador de un concurso del que Onetti fue jurado y en el que los militares leyeron un complot contra la dictadura; en consecuencia, encarcelaron por tres meses al escritor. El día que salió de prisión, su antigua amante fue a verlo. Se quedaron callados. . Cuenta ella:
— Nos moriremos sin aprender a hablarnos.
— Siempre nos costó —respondió él, la miró, dejó de mirarla —siempre me inhibiste en todo.
— Tú también —respondió ella.
— ¿Así que yo no sé lo que es el amor? Vos sufrías de amnesia, evidentemente. La primera vez que entré a tu sala del Museo quedé loco por vos. Nunca entendí lo que me pasaba; pero estaba loco por vos.
— Nunca me lo dijiste.
— Nunca entendí aquel deseo de posesión, aquel afán dominador –le reprocha él—. No te dejaba ir a clase, es cierto. No podía soportarlo. Y no se trataba de deseo; si no, no sentiría esta horrible ternura que siento por vos.
El hombre también recuerda.
—¿Por qué dice Idea que nunca sabrás quien es ella?—pregunta la periodista —No sé... Yo nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí.
— No entiendo, ¿cómo que nunca estuvo enamorada? ¿Y los poemas que te escribió?
— Yo no digo que no estuvo, sino que nunca sentí que estuvo. Yo creo que lo suyo es algo muy cerebral, intelectual.
—¿Nada más?
— También cama.
De todas maneras es la poesía de la Vilariño, los que mejor cuentan la historia de este amor en la que, como ella misma lo dice en uno de sus poemas,”la soledad es la única certidumbre”. Habrá sido muy difícil amar un genio; pero más difícil aún, dejar de amarlo... esto es para usted.

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